La condena sofoclea

 Interpretación anacrónica de Edipo rey a través de la etimología

En mi carrera – estudio matemáticas – los profesores emplean a menudo la expresión “¿lo veis?” para saber si hemos comprendido o no la idea que en el momento explican. Esta frase hecha puede parecer un tanto contradictoria, pues a fin de cuentas las ideas en sí mismas no se ven. Sin embargo, esto tiene mucho más sentido del que nos creemos. Cuando me di cuenta de esto, me acordé inmediatamente de Platón, de mi interpretación de Edipo rey y de su autor, Sófocles. Permitid que os cuente cómo y por qué.

Comencemos presentando a éste último. Sófocles ha sido consagrado como uno de los maestros tragediógrafos de la tradición griega clásica. Sus piezas versan sobre un único tema: el sufrimiento humano provocado por el destino que nos tienen preparados los dioses. No obstante, tal y como sucede con las grandes obras, las tragedias de Sófocles están abiertas a interpretación, y su Edipo rey no es una excepción. En efecto, conociendo un poco la cultura griega, esta obra acerca de la peste que asoló Tebas puede reinterpretarse como una bellísima narración acerca de cómo el hombre está irremediablemente forzado a buscar la verdad.

Para dar razón a esta interpretación de la tragedia, es necesario conocer su argumento. Éste es el siguiente: la población de Tebas se encuentra asediada por una epidemia de peste, que no cesa pese a los sacrificios que los ciudadanos ofrecen a las divinidades. Ante esta situación Edipo, en calidad de rey de la polis, – había logrado tal posición hace unos años tras salvar la ciudad de la Esfinge, poco después de la muerte del anterior rey, Layo – decide consultar al adivino Tiresias para encontrar, junto a su esposa Yocasta, una solución definitiva a la enfermedad. El oráculo les anunciará que es necesario expulsar de la ciudad al asesino de Layo, quien hasta entonces no había sido descubierto. Siguiendo la profecía, la investigación acerca de la identidad del criminal termina por revelar que el ejecutor no fue otro que Edipo. Durante el proceso también se descubre que sus progenitores no eran los reyes de Corinto sino, precisamente, Layo y Yocasta. Ante el horror de haber asesinado a su padre y haber yacido en el lecho con su madre, Edipo se arranca los ojos y abandona, humillado, Tebas.

Que Edipo se saque los ojos y se marche de la ciudad son dos eventos cargados de mucho simbolismo. Analicemos cada uno para deducir la interpretación de Edipo rey que prometo.

El primero de ellos, esto es, la lesión que se autoinflige Edipo con el broche de su esposa y madre, tiene un doble significado. De entrada, la cultura griega reservaba este castigo a los crímenes impíos. En este caso, Edipo se provoca semejante daño alegando que, bajo su desgracia, nada le es digno de ver y conocer, y que sólo así podría alejar su pensamiento del oprobio que ha encontrado. Se relaciona, pues, la visión con el conocimiento. Este vínculo lo encontramos, de forma más desarrollada, en Platón; más particularmente, en su dualismo ontológico (teoría de los dos mundos) y en su Mito de la transmigración de las almas. Ahondemos en ambos.

Primeramente, el dualismo ontológico postula la existencia de una realidad “paralela” – mundo racional o inteligible – a la nuestra que alberga el ser de los entes (cosas) que encontramos en nuestra cotidianeidad – mundo sensible o ininteligible –. Este ser o esencia no es otra cosa que su idea, y gracias a que las cosas del mundo participan imperfectamente de su respectiva idea, se justifica que, aunque los entes estén sujetos al cambio, sigan siendo idénticos a sí mismos. Por ejemplo, tú eres una persona independientemente de tu peinado o de tu edad, pues en ambos casos nuestra esencia o idea de persona no varía. En este sentido, la relación entre la visión y el conocimiento queda justificada a través de la etimología de la palabra "idea" (εἶδος), que deriva del verbo griego "eidonái" (εἴδομαι)¸ que significa ver y conocer. Y para terminar de explicar cómo es posible el conocimiento de las ideas en el ser humano, Platón recurre al Mito de la transmigración de las almas. Según éste, en el proceso durante el cual las almas eligen un cuerpo que animar¸ éstas pudieron contemplar, con dificultad, las ideas puras del mundo racional del que hablamos anteriormente. Así, cuando entramos en contacto con los entes en el mundo sensible – generalmente con la vista –, el alma recuerda lo que vio durante su travesía, esto es, la idea que dichos entes representan. Por esto, luego afirmará que la vista es “la más aguda de las sensaciones que nos vienen por medio del cuerpo”, puesto que imita el acto de conocimiento que nuestra alma otrora realizó. Volviendo a Edipo, él no sólo se saca los ojos para no tener que contemplar, avergonzado, a sus progenitores en el Hades. Su ceguera va más allá: Edipo decide no querer conocer nada más para así no sufrir más aún.

Esta decisión de Edipo queda reforzada con su exilio, que una vez más puede aclararse recurriendo a la etimología. Como decíamos, Edipo se destierra al monte en el que debió morir de niño, y por tanto, se hace extranjero a Tebas. Extranjero en griego clásico se dice “bárbaro”, que propiamente significa 'el que balbucea'. Lo curioso de esto está en que el pueblo griego – al menos desde Aristóteles por lo que he podido comprobar – realizaba una distinción nominal para referirse a los sonidos que emiten los animales respecto a la voz humana; a saber, el primero es denominado foné mientras que el segundo, logos (λóγος). El estagirita afirmará que la foné sirve para expresar emociones – miedo, placer – mientras que el logos – que en este contexto podemos traducir por 'palabra racional'– nos permite hablar de conceptos más abstractos, como la justicia o la verdad. Considerando todo esto, el bárbaro no es sino el ser humano que ha perdido el logos y únicamente posee foné, pues en tanto que sólo es capaz de balbucear, no puede expresar su racionalidad. En este sentido, al desterrarse Edipo a sí mismo, se condena a ser bárbaro, es decir, reniega definitivamente de su racionalidad. 

Los actos de Edipo se convierten así en toda una declaración de intenciones. No sólo ha pasado de ser el hombre más clarividente – fue el único capaz de resolver el enigma de la Esfinge que amenaza Tebas – al más ciego – fue el último, durante la obra, en descubrir que él fue quien asesinó a Layo y terminó por sacarse los ojos – y desdichado. Sino que, y ésta es la condena sofoclea, desde el primer momento Edipo sabía que mataría a su padre y desposaría a su madre. Efectivamente, si llegó a Tebas era para huir de quienes creía que eran sus padres biológicos y así contradecir al oráculo, quien le vaticinó tales actos. Edipo, "el primero de los hombres", busca durante toda la obra la verdad, aunque desde el primer momento le adviertan que le perjudicará. Edipo representa la racionalidad humana – logos – en su más alto grado. Téngase en cuenta, insisto, que fue él quien resolvió el acertijo de la esfinge. Sófocles así nos advierte: el ser humano está condenado al conocimiento. Y él, ignorante, lo alcanzará aunque le duela. Llegado a ese momento, desearía no haberla conocido nunca. 




Dícese que la diosa Hera castigó a la ciudad de Tebas haciendo que ésta fuera custodiada por la Esfinge. Ella planteaba enigmas a los jóvenes que querían entrar o salir de la ciudad. Si acertaban, la esfinge les dejaría pasar. Pero, si fallaban, la Esfinge se los comería. Cuando Edipo llegó a la ciudad, el enigma que le planteó fue el siguiente:

"Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene solo una voz, y también es trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuentos seres se mueven por la tierra, por el aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es más débil"

A lo que le respondió:

- "Escucha, aun cuando no quieras, musa del mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que, cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez" 

* Cuadro: Edipo y la esfinge, Gustave Moreau (1864)

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