El tormento de Iván

 El problema del libre albedrío en 'Los hermanos Karamázov' (1ª parte).

En enero traté de explicaros cómo Heidegger entendía la esencia del ser humano a partir de un acto tan cotidiano como pueden ser los propósitos de año nuevo. Hoy quiero problematizar lo que defendí, más particularmente, derivar y juzgar sus últimas consecuencias basándome en la novela 'Los hermanos Karamázov', escrita por Fiódor Dostoievski a finales del siglo XIX. Para ello recurriremos a varias conversaciones y monólogos protagonizadas por uno de los personajes de la obra, el ateo Iván Fiódorovich Karamázov.

Comencemos por recordar cuál era la tesis de mi primer texto. En resumen, defendía la idea de que la característica fundamental que define al ser humano reside en que, a diferencia de la del resto de entidades, nuestra esencia nunca se halla plenamente determinada; todo lo contrario, está siempre abierta a nuevas posibilidades de ser. Esto no sólo fundamenta ontológicamente la libertad del ser humano, sino que además orienta su existencia hacia la realización de una de la infinitud de posibilidades que se le plantean como medio para realizarse a sí mismo. De este modo, los propósitos anuales pueden servirnos como excusa para levantar la mirada hacia el lugar donde nos dirigimos y "reorientarnos existencialmente" si fuera necesario.

Este argumento coloca al individuo como motor último de sus acciones. En efecto, es su voluntad la que debe decidir, en última instancia, cómo realizarse. Y a multitud de sujetos, disparidad de acciones o realizaciones, todas ellas justificadas en sí mismas. Esto supone un problema. Así lo entiende Zosima - figura eclesiástica (stárets) del libro mentado en la introducción - al relatar que estos intentos de diferenciación individual, so pretexto de alcanzar la plenitud en la vida, alejan al ser humano de sus congéneres al instalar en su alma una desconfianza hacia el otro, quien ejercitando su libertad puede acabar con el progreso - material, económico, político - que uno ha conseguido para alcanzar su realización personal. Este es, según lo denomina Zosima, el "periodo del aislamiento humano" que separa al hombre del paraíso en la tierra. 

Si somos fieles al texto, hemos de matizar que la declaración del stárets es una herramienta que Dostoievski emplea para criticar la mentalidad liberal de la época, que a sus ojos bloqueaba unos ideales de fraternidad religiosa necesarias para mejorar la situación del hombre en el mundo. No obstante, considero que el argumento puede desdoblarse hacia nuevas miras, y para ello sólo tenemos que seguir prestando atención al mismo libro. Al principio de éste también se habla de un futuro terrenal utópico con ocasión de la cuestión acerca de los tribunales eclesiásticos - jurisdicción propia de la Iglesia en torno al crimen y al pecado - y del lugar de esta institución en el Estado. En este caso, el "paraíso" es referido como la elevación del Estado al rango de la Iglesia, a saber, a la transformación de la nación en una a cuyos habitantes le son cedidos unas creencias y una moral, ambas basadas en la inmortalidad del alma, que orientan y ordenan existencialmente sus vidas. Una vez más, el objetivo vuelve a ser el mismo, solo que los medios son diametralmente opuestos. El enfoque heideggeriano encuentra el sentido de la existencia en una realización individual que es posible gracias a la libertad humana, mientras que la antítesis que aquí presento promueve la renuncia de la libertad individual, en tanto que reconoce al hombre como un ser débil e incapaz de realizar esta gesta por sí mismo, en favor de una cosmovisión y una promesa - la de la inmortalidad del alma en el cielo - que les haga felices, pero también dóciles y les libere de la angustia que descubren en su libre albedrío y su capacidad de discernir entre el bien y el mal. Este último punto es el que más me interesa.

Que la libertad genere una insoportable sensación de angustia es constatado en uno de los protagonistas de la novela, Iván Fiódorovich Karamázov. De entrada, este personaje se presenta como un prodigio para los estudios que prontamente adquirió fama a partir de unos artículos que publicaba en un periódico. De hecho, fue su artículo el que generó el debate acerca de los tribunales eclesiásticos en la celda del stárets y, recordemos, defendía la conversión del Estado en Iglesia, en tanto que la operación contraria violaba los intereses últimos y originales de la institución religiosa. La cuestión de la libertad atormenta a este personaje pues, según su razonamiento, de su afirmación se sigue necesariamente el desarraigo. El desarraigo es la experimentación de que la vida carece de un fundamento perenne que la rija y la ordene. Es la experimentación de la nada, de que no hay un sentido, de nuestra finitud y nuestra pequeñez. El desarraigo es la constatación de la inexistencia de verdades absolutas a las que aferrarnos. El mismo Iván ejemplifica cuán problemático es esto aludiendo a las consecuencias de estas afirmaciones. Dice así: "si privamos a la humanidad de la fe en su propia inmortalidad [...] nada sería inmoral, todo estaría permitido". Si no hay unas normas comúnmente consensuadas - como pueden ser las de la religión cristiana, basadas en última instancia en la inmortalidad del alma - y somos libres de regir nuestros actos acatando única y exclusivamente nuestra voluntad, no habría nada, salvo ella misma, que nos detuviera a acometer las mayores atrocidades. "El egoísmo, llegando incluso al crimen, no solo debería ser permitido, sino que habría que aceptarlo como la salida inevitable, la más razonable y poco menos que la más noble para cualquiera que estuviera en esa situación". 

Cuando Iván descubre estas cuestiones, su corazón se atormenta por la inseguridad que le genera no saber darles una respuesta definitiva. Así lo advierte Zosima poco después de estas palabras. Y como se hace patente más adelante, esta angustia no desaparece con resoluciones provisionales, sino que determina radicalmente los actos de cada individuo. Iván tiene la suya propia: sostenerse en su juventud y apreciar la vida a pesar de sus desengaños y aversiones que genera. "Amar la vida antes que la lógica". Pero, y ésta es la nota penosa de su conclusión, asevera que pasados los treinta años no se verá con fuerzas como para mantener esta decisión. Él no sabe lo que hará llegado el momento, incluso insinúa tácitamente que se suicidará. A mi juicio, si la decisión de Iván no consigue hacer desaparecer su angustia, es precisamente porque no se sabe definitiva. Iván no ha resuelto la pregunta, solo la ha postergado. Y, efectivamente, las únicas respuestas válidas - aquellas que calman el alma - a la pregunta acerca de la existencia de Dios, que no es sino lo que se discute en todo momento, tienen en común la eternidad. La religión nos promete una inmortalidad ultraterrena, mientras que la nada - el nihilismo - se presenta como algo que siempre ha estado ahí, de fondo, y que tras haber sido descubierto, nunca desaparecerá de nuestra mirada. Esta característica de ambas respuestas es lo que las convierte en fundamentos. La de Iván es provisoria, y por eso sus apariciones en la novela suelen estar ligada a esta cuestión, que le perseguirá hasta que al fin la concluya. 

A partir de la afirmación del libre albedrío hemos arribado a la cuestión de Dios. Con todo, la dicotomía que he planteado podría resumirse así: ¿afirmamos el libre albedrío que la propia religión ensalzó como libertad de fe y lo llevamos al extremo, ateniéndonos a una voluble individualidad angustiosa, o nos doblegamos a una entidad suprema y ordenadora de la existencia, que dictamina nuestra conducta a cambio de una vida feliz y pecaminosa? En pocas palabras: ¿existe o no existe Dios? Tras estas palabras espero haber problematizado, someramente, su inexistencia. En la próxima publicación espero poder ilustraros cómo la propuesta antagónica también posee sus asperezas. Sólo así, tras haber analizado ambas alternativas, seremos capaces de dilucidar ciertas conclusiones. Y si soy ambiguo en este punto es por una razón muy simple: dar una respuesta definitiva a esta cuestión es, en mi opinión, francamente imposible.



Una acalorada discusión  en la celda del stárets llevó a Fiódor Pávlovich Karamázov a declarar que hubiera retado a duelo a Dmitri Fiódorovich Karamázov de no ser su hijo. Anteriormente éste había resaltado unas peculiares palabras de su hermano Iván: "El crimen no sólo debería ser permitido, sino que habría que aceptarlo como la salida inevitable y más razonable para la situación de cualquier ateo". El stárets Zosima presentió el desastre y se arrodilló hasta el suelo para perdón por el futuro parricidio. Efectivamente, padre e hijo eran sendos lujuriosos que, al no entenderse el uno al otro, estaban dispuestos a autodestruirse.

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